EL
SOLDADO
- o autor no III Encuentro Regional de Escritores Amazonenses -
&&&
A
estas alturas del
camino, en que el cansancio de existir y los
esfuerzos de vivir, me
están pasando la factura
y con un poco más de
cuatro décadas ya de tiempos
idos y vividos. Todavía me siento
como lo que fui: muchos hombres y muchas vidas, soldado…músico sobre ruedas,
payaso, soñador y cantor, es decir,
un apóstata convencido e irreverente,
un aprendiz de mago...un ángel caído…un aprendiz de
todo y maestro de
nada… finalmente un hombre y
otras tantas perlas… pero sobre todo,
un caminante de sales
y madera, un
viajero siempre dispuesto
a buscar un
lugar donde Dios no
haya muerto todavía y el sol siga
brillando como cuando
era el dueño
del paraíso, pero ahora
los años a
fuerza de tantos
entusiasmos, desengaños y
traiciones, me he vuelto… no
sé, si decir
resignado o reposado,
lo cierto es que,
ahora no ilusiono tan
rápido ni fácilmente
como antes, aunque si,
observar con cierta tolerancia
todo lo pasado, entonces me digo, ya
es tarde para
volver, aun si pudiera
ya no sería
lo mismo, entonces
la única solución es
continuar… continuar… y continuar,
con el presentimiento de
que así como
voy, casi a
la deriva y
al garete, penando
por la gente
que el corazón
quiso y que
ya no están… penando por
los sueños sembrados y que no
florecieron… penando por las
esperanzas que un día dejando
de cantar…penando por
tantas cosas que en
la vida
una quiere y ama, que
por alguna razón
no se nos acercan,
y alguna que otra vez
repasando aquella antigua plegaría
que decíamos con
todo lo que sentíamos
creyendo así, que las cosas
iban a cambiar, pero nada
de nada… aquí todavía sigo caminando y
caminando sin saber
lo que nos toca mañana, con amargo
presentimiento que de
rato en rato me acosa y
recuerda que estoy
a punto de
caer…entonces me digo,
que es muy
temprano todavía, de pronto
alguien se está
equivocando conmigo por yo
aún estoy esperando
todavía a la mujer
que amó sin medidas
ni reservas; esperando
una y otra
vez, aun sabiendo que no
volvió…
A mitad de una soledad, hecha
de cadáveres, y
olvidos sangrientos como sables.
Desde un ángulo
que ya no es el mío y
entre la misma penumbra,
sobreviviente de muchas
tardes, imagino escuchar
las palabras de
alguien que se
parece a mí, y
que comienza a
contar, una antigua
historia que me resulta un tanto familiar, la
que al cabo
de unos instantes de empezar
a escuchar, digo, esta es mi historia,
entonces cierro los
ojos y me
pongo a escuchar…
Un viajero
está sentado en medio de la vegetación, mirando una
casa humilde que
está enfrente de él. La observa
detenidamente, y piensa…
ya había estado ahí antes, con
algunos amigos, y
todo lo que había notado
hasta entonces fue la semejanza
entre el estilo
de la casa, y
el de un
arquitecto sumerio, que vivió
hace muchos años, y
jamás estuvo en aquél lugar.
La casa
está mirando en dirección al sur, mirando
hacía un antiguo pueblo, al
que sus habitantes aun suelen
llamar “morada de almas”,
y está totalmente construida
de trozos de
vidrio, cristales y cerámica. Su dueño tiene un
nombre bíblico, su nombre es José, un
solitario campesino que
creía en la
simpleza de la vida, un
hombre libre que
creyó en la magia de
los abrazos y el amor, uno al
que la
existencia le mostró,
que vivir es sólo un sueño, quién un día,
fugado ya hace
mucho de los
recuerdos de la memoria,
soñó con un
ángel que le
decía: “Construye una casa
de trozos…” José empezó a
coleccionar ladrillos rotos,
platos, vidrios, cristales,
porcelanas y jarras partidas.
Cada trocito transformado
en belleza dice…
José, observa la belleza
de su trabajo, y sonríe.
Durante los
primeros cuarenta años, los
habitantes del pueblo
piensan que está loco. Después algunos turistas descubrieron
la casa, y comenzaron
a llevar a los
amigos; De pronto José se convirtió en
un genio. Pero la novedad
así como empezó,
también pasó y José
volvió al anonimato. Aun así
siguió construyendo, y a
los noventa y tres años, colocó el último trozo
de vidrió y murió.
El
viajero enciende un
cigarrillo, fuma en silencio y observa cómo se agita el humo
al leve soplar del viento, sin
pensar en la semejanza
entre la semejanza de casa de José y la arquitectura
de un
misterioso constructor, sino
más bien mira los
trozos y reflexiona sobre su propia existencia, y
dice, también ella: la
suya propia; como
la de cualquier persona
está hecha de pedazos de todo
lo que ha
tocado vivir, pero en un
determinado estos fragmentos,
empiezan a tomar forma, y entonces,
encuentra la respuesta que durante tanto tiempo ha
venido buscando, para
contestar la pregunta
que durante tantos años se ha venido haciendo: ¿Quién es?
El viajero,
recuerda un poco de su pasado,
respira hondo, y ve
que en
él están los pedazos de su
vida, situaciones, párrafos de
libros que siempre recuerda, enseñanzas
de su maestro, historias de los
amigos, fábulas que le contaron
alguna vez, las reflexiones sobre su época y sobre los sueños de su generación.
Finalmente, de
la misma manera que
aquél hombre soñó con
un ángel y construyó la casa que está ante
sus ojos, el
viajero intenta reordenar
aquellos episodios, para comprender su propia construcción espiritual que
poco a poco, finalmente
lo consigue. Cuando era niño recuerda haber escuchado la
historia de sus abuelos,
algo de sus
padres, y de los abuelos de sus abuelos. Entonces luego de
cavilar, se levanta,
recoge sus cosas y se pone a caminar.
De pronto aquella voz
deja de hablar, y
digo, aquél sobre quién
habló soy yo,
entonces sorprendido y casi sin
respiración. Veo la foto de
papá y de los
otros que también se
fueron sin saber por qué, la
pena me toma por asalto; me suelto
en solitario y el
corazón se echa
llorar, inconsolable, mortal y humano.
Luego pienso que ya es
hora de que también
ellos tengan la oportunidad
de contar su propia
historia, y no encuentro
nada mejor que empezar hablando
sobre el viejo. Hago
un alto, ausculto mi
soledad de pies a
cabeza y termino convenciéndome que
cada mañana siempre es una
oportunidad. Entonces retomo
mi vieja máquina y
comienzo a escribir sobre mi
padre, mi madre,
los otros, yo, y
sobre aquellas historias que
nunca me han
dejado en paz.
Escribo sobre tantas
cosas… Y descubro
que papá es un
héroe, y mamá es una
santa y que nada
es como se piensa y
que todo pasa.
Nazco en
un pueblo pequeño, a
unos cientos de kilómetros
de distancia de
otro pueblo un poco mayor,
donde hay un colegio y
un museo dedicado
a un prócer
que vivió allí hace mucho.
De tanto
caminar, maltratado y cansado, acompañado de
la vida, mi padre
ha llegado a
la cumbre de
su edad. De
lejos parece tener
unos cuarenta años,
pero de cercase
ven sus setenta
años bien puestos; quizá un
siglo o muchísimos
más. Mi madre
tiene veinticinco. Acababan
de conocerse cuando él recién llegaba en un barco mercante venido
desde un país
lejano.
Cuando la
conoció, algo debió haberle
pasado, como él siempre
decía, y que jamás
vio mujer más
hermosa como mamá, y algo
debió haberle pasado
cuando la conoció, como siempre
contaba, porque a
partir de ese momento
decidió dejarlo todo
por ella, como alguna
vez escribió.
Ella, bien
podría haber sido
su hija, pero
en verdad se comportaba como su
madre, como bien contó, un
día de aquellos
en que se dio
por hablar.
Ella
lo ayuda
a dormir, reconoce, cosa que no consigue
hacer bien desde
los dieciocho años, cuando
fue enviado a pelear
en una de las
batallas más largas
y sangrientas de
la segunda guerra
mundial; la batalla de sonne,
Cuando se enroló como
miembro de la
legión extranjera, huyendo
de la pobreza y miseria, con la intensión de querer
cambiar el curso
de su vida.
De su
batallón de tres
mil hombres, sobreviven
sólo tres. Él es uno de
ellos.
Al volver
de una patrulla
de reconocimiento, mi
padre y su
mejor amigo, joven como él,
son sorprendidos por un
tiroteo enemigo. Se meten
en un agujero,
causado por la explosión
de una bomba, y allí
pasan varios días sin
comer, sin tener
como calentarse, acostados
sobre el barro y sobre la
nieve, soportando un frio intenso
que rápidamente desciende a
grados bajo cero. A pesar
de la fuerza del
viento, dice, pueden oírse
todavía algo de lo
que las tropas conversan a
los alrededores de
un destruido edificio
cercano. Saben que
tienen que salir
de ahí para
salvar el pellejo, pero los
tiroteos no cesan,
el olor a sangre
llena el aire,
Los heridos gritan ¡socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!, sin
cesar, noche y día,
hasta que de pronto, todo queda en silencio.
El amigo de mi
padre, creyendo que el enemigo
ya se había retirado, se
levanta. Mi padre intenta agarrarlo por las
piernas, grita ¡agáchate!, pero ya
es demasiado tarde, la bala
de un
francotirador le ha
perforado el cráneo.
Cinco
días después; mi
padre, está sólo con
el cadáver de
su amigo, y mientras duerme no deja
de repetir una
y otra vez, ¡Agáchate! ¡Agáchate!, finalmente es
rescatado por un civil
que merodeaba por ahí, quién
lo esconde en antigua
construcción que todavía
está en pie, lo atiende y lo
cuida como puede
hasta que esté
mejor, y se recupera,
pero no hay comida - cuenta -, sólo hay cigarrillos
y munición; por un
rincón encuentran un
mezquino trozo de azúcar, duro como una piedra, producto del inclemente frio. Y
para sobrevivir, deciden comer
las hojas de
tabaco mescladas con
algo del azúcar
que hallaron. Días después, con
el hambre convertido en
irresistible, no tienen opción y comienzan a comer
carne de compañeros
muertos y congelados.
Al amanecer
del sexto día, llega
un tercer batallón abriéndose paso a balazos. Los sobrevivientes son
rescatados, los heridos
tratados, y después
vuelven al frente de batalla.
Meses después, el ejército enemigo se
rinde. Mi padre
vuelve a pie a su casa,
a su pueblo, a su tierra,
que queda casi a tres mil kilómetros de
distancia de ahí,
y descubre que
no puede dormir,
todas las noches sueña con
el compañero al que podría haber
salvado, y despierta
gritando, asustado y nervioso.
Dos
años más
tarde, la guerra acaba definitivamente.
Recibe una medalla
y otras condecoraciones al
valor, pero no consigue empleo. Participa en conmemoraciones, discursos
y demás, pero él,
tiene casi que
comer, y se
resigna a terminar el día
con el estómago vacío y
las desdichas al
hombro, haciéndose la idea
como si no
hubiera pasado nada. Es considerado uno
de los héroes
sobresalientes de aquella
sangrienta guerra, pero termina
viviendo de pequeños
trabajos por los cuales
gana algunas monedas,
que en algo le permiten sobrevivir.
Tiene problemas
para dormir, razón por la que siempre
viaja de noche,
y conoce a contrabandistas, de
quienes logra ganarse su confianza,
con quienes hace
negocios razonables, y comienza a
ganarse un dinero
nada despreciable, hasta que finalmente , alguien lo delata, y
es descubierto por el
gobierno, que lo acusa de
negociar con criminales, y aun siendo héroe
de guerra pasa diez
años en prisión como un vulgar
delincuente. Ya viejo, finalmente
lo sueltan, y lo único que
conoce bien es el
negocio de las joyas,
los licores y
las telas. Como puede logra
restablecer sus antiguos contactos, alguien le
da algunas piezas de
oro pero a
nadie le interesa
comprar. Son tiempos
difíciles. Decide irse
lejos otra vez, pide
limosna en el
camino, hasta que
se alista en un barco
y llega a esta
parte del planeta.
Está viejo,
está solo, pero tiene que trabajar
para comer. Pasa los
días haciendo pequeños
trabajos, y trata de
pasar las noches durmiendo como pueda, despertándose a
cada momento, sobre exaltado con los
gritos de ¡Agáchate! ¡Agáchate!
¡Agáchate!
Curiosamente,
a pesar de todo lo que ha pasado, a
causa del insomnio, de la
alimentación deficiente, de
las frustraciones, del desgaste
físico, de los
cigarrillos de mala
calidad que fuma cada vez que
puede, su salud
es de hierro.
En
un pequeño pueblo él conoce
a una joven. Ella
vive con sus padres
y lo leva para su
casa, como manda
la tradición de
la hospitalidad en
aquél lugar. Lo ponen a dormir
en la sala,
pero todos se
levantan con los gritos
de ¡Agáchate! ¡Agáchate! ¡Agáchate! La joven, delicadamente se acerca
a él, dice una oración, le pasa la
mano por la cabeza,
y por primera vez
en años, puede dormir
bien.
Al
día siguiente, ella le dice que cuando era niña tuvo
un sueño, le cuenta que un hombre
viejo y ahora él había
llegado. Ha esperado durante
años, ha tenido algunos
pretendientes, pero siempre algo
pasaba. Sus padres
están muy preocupados,
no quieren ver a su
hija soltera y
rechazada por la
comunidad.
Al amanecer, la
joven le pregunta si
desea casarse con ella. Él se
sorprende; ella tiene edad como
para ser su
nieta. No responde y piensa que
no estaría mal
para volver a empezar.
Al atardecer,
cuando el sol se ha
puesto, en la pequeña sala de la
casa, ella lo toma
por el rostro
y le pide permiso
para pasarle la mano por la
cabeza antes de dormir, le
da un beso, se despide,
y él consigue nuevamente
pasar otra más en paz.
A la
mañana siguiente, surge
de nuevo la
conversación sobre el matrimonio, esta vez
delante de sus palabras
que parecen estar de
acuerdo siempre y
cuando su hija consiga una
unión honorable y
de esta manera
no se convierte en motivo
de vergüenza y de burla
para la
familia. Difunden la historia
de un viejo que
vino de lejos,
pero que en
verdad es un riquísimo
comerciante de objetos valiosos, cansado de vivir en el
lujo y la
comodidad, para ir en busca
de una aventura. La gente
impresionada por lo
que dicen, piensan en grandes
dotes, inmensas cuentas bancarias, en la
suerte que ha
tenido mi madre en encontrar
a alguien así
de interesante, que
finalmente podrá sacarla de
aquél aburrido y monótono
fin del mundo. Mi padre escucha aquellas historias con una mescla
de fascinación y sorpresa,
entiende que durante tantos años vivió
solo, viajó, sufrió; jamás volvió
a encontrar a
su familia, y por
primera vez en la vida tiene la
oportunidad de tener un hogar.
Acepta la proposición, participa de
la mentira sobre su pasado, se
casan según las costumbres de
aquellas gentes, y dos meses
después mi madre está embarazada
de mí.
Convivo
con mi padre, hasta los siete años, y ya
para entonces, él dormía bien, trabajaba en el
campo, cazaba, hablaba con
los otros habitantes de la
aldea, sobre sus posesiones
y sus haciendas, veía a mi madre
como lo único bueno que le había
sucedido. Yo pienso que soy hijo de un
hombre rico, pero una noche delante de la chimenea él me cuenta su
pasado, la razón de su
matrimonio, y me pide que le guarde
el secreto. Dice que va a
morir pronto, lo que cuatro meses
después de mí
décimo quinto cumpleaños,
inevitablemente sucede.
Mi padre
tiene una enfermedad terminal
grave, mi madre
pasa noches enteras cuidándolo
y alimentándolo, él le dice
que nunca nos dejará,
le dice que nos ama,
tiene una mirada hermosa, pronuncia su nombre, el
suyo, el mio, mi madre lo
tiene en sus brazos, sonríe cierra
los ojos y da su último suspiro
como si todas las tragedias de su vida jamás hubiesen ocurrido. Muere feliz.
Llevo algo
de seis horas pegado a máquina, recordando,
recordando y recordando sobre las cosas que
han pasado, y moldeando
e ideando como
las voy a decir, al
final termino escribiendo sobre
Papá, y sobre Mamá,
con lo que
me viene a
la cabeza, y
compruebo que más que con la cabeza
se escribe mejor con
el corazón.
Mi madre, me dice, que
ya se va a descansar. Ella
no sabe leer, sin embargo
sabe mucho sobre la
vida, las personas
y el amor y me enseñó cosas maravillosas…
Ahora estamos en la
ciudad, y siempre me dice que
extraña el pueblo. Pienso
que tal vez sería mejor. Si estuviésemos
ahí. La verdad,
no tiene caso convivir con
tantas personas, en un
lugar donde nadie ni siquiera te
conoce y ni te saluda, es
más aquí en
la ciudad, la gente…,
por dinero, si
pudiera sacarte los ojos, de seguro lo hace, sin la
menor compasión. En cambio, allá
por lo menos, todos, o por lo
menos una gran mayoría
de gente nos conocíamos,
ahí éramos alguien, la
gente nos trataba de
señor, o en todo caso, como a uno
más de ellos,
y nos saludaba, con
cariño y con emoción,
como quién se encuentra
con un hermano, o con alguien
a quien quieren, luego de
tanto tiempo, y se
le pregunta cómo está, cómo se
siente, o qué ha sido
de su vida, entonces
uno se siente importante, y
el corazón se alegra,
pero aquí en la ciudad…, nada
de nada.
Mamá
apaga las luces, y desde su habitación me grita !Duerme ya…! ¡Mañana
hay mucho por hacer!, Claro, le
digo, todos los días siempre hay mucho
por hacer, el
caso es que últimamente se me ha
hecho difícil conciliar el
sueño, pero ella no entiende razones, no
escucha o no quiere hacerlo, todo
se convierte en la consecuencia
de una orden
terminante y vertical, hasta que finalmente haciendo
un esfuerzo termino por dormirme
en la hamaca en la
que Papá solía descansar la
siesta.
Al amanecer, el
furtivo canto de un galo, cumpliendo con
sus obligaciones matinales me levanta
de pronto. Me duele
la cabeza. Tengo la impresión
de no
haber dormido en días, como
si hubiera pasado varias
noches bebiendo con alguien; de largo y sin descansar. Presiono el
interruptor, se ilumina la sala. Veo el reloj.
Son las tres treinta
de la mañana,
y me digo, ¿Qué hago
despierto tan temprano?,
quiero volverme a
dormir y ya no puedo.
Sigo pensando que
no he dormido
en ningún momento y que
tampoco he estado solo. Hago memoria. Cojo
mi máquina intentando escribir
algunas páginas más. El caso es
que no sé cómo continuar. Hago un
alto, cojo un libro al azar
y me pongo a leer.
Avanzo,
unas treinta páginas. Me duelen terriblemente
los ojos. Apago las luces. Intento
descansar, reclino en el
sillón del abuelo,
me dejo llevar, me quedo dormido
como nunca y sueño. Me sueño cansado
de todo, metido
en una sociedad que no he
escogido, en una sociedad
donde todos, o casi
todos están preparados, o
nacen acondicionados para un trabajo
específico; técnicos, ingenieros o mecánicos, etc. y
habían algunos quienes
no sabían lo que eran
ni lo que tenían,
quienes en medio de sus griteríos y divagaciones,
me descubrían de pie, observando con
detalle lo que
pasaba. Ellos me invitaban a
unirme al grupo, pero, de pronto venía alguien, y mucha gente vestida con uniforme
militar, y a través
de un megáfono,
un superior daba órdenes, y
nos metían en
grandes contenedores y nos
enviaban a un sanatorio
mental, con la
consigna de que por
ningún motivo nos dejasen salir: Los locos son inservibles para la
sociedad. Era una orden terminante.
Pero algo ocurre, y
logro escapar. Mientras huyo, a lo
lejos veo que también otro
de los locos se logra rebelar. Me queda mirando y veo que
tiene el mismo rostro que yo,
luego levanta el brazo y lanza un
grito lleno de rabia. El
sanatorio tiene una biblioteca,
él intenta aprender
todo lo que pueda
sobre arte, ciencia, y política
y, sobre todo, a cómo
relacionarse con la gente, y cuando
cree que ya aprendido
lo suficiente, aprovecha una oportunidad y
huye, hasta que algo sale
mal y
es capturado nuevamente,
siendo llevado a un centro
de reprogramación fuera
de la ciudad, donde finalmente yo
también termino, a raíz
de una traición
que alguien me
ha hecho. En él que
instantes después, a uno de
los encargados del centro,
escucho decirme: Sé bienvenido.
Son aquellos que se ven
forzados a descubrir su propio destino, los que más admiramos. Hemos revisado
tu historial, y no sé cómo todavía
sigues con vida. En algún
momento diste lo que
no tenías, eso te salva. Puedes hacer lo que quieras a partir de
ahora, pues gracias a
personas como tú, el mundo
consigue avanzar, hasta que de
repente, todo cambia y de algún lugar aparece una mujer
muy hermosa ataviada como virgen. Me mira fijamente a los ojos, se me acerca, me da un abrazo, una rosa y
un libro, luego levanta un brazo y me señala un lejano
punto en el horizonte y me invita a
cruzar un extraño umbral,
baja la mirada, se convierte en pelícano, se abre el pecho y me ofrece de comer, pero estoy cansado, sediento y con
hambre, necesito descansar, cruzo el
umbral y veo una luz brillante que envuelve. La luz me ciega los ojos, y me quedo dormido. Alguien toma la
rosa y el libro, y me comienza a leer al
oído: Quiero dejar mi alma libre
para que pueda disfrutar de
todos los dones que los espíritus
poseen. Cuando esto suceda, no
intentaré conocer los cráteres
de la luna, ni perseguir los
rayos del sol
hacia su fuente. No procurare
entender la belleza
de la estrella, ni de la
desolación artificial del ser humano. Cuando sepa cómo liberar mi alma, seguiré a la
aurora, y trataré de volver con
ella a través del tiempo. Cuando sepa
cómo liberar mi alma,
me sumergiré en las
corrientes del viento y
desembocar, en el océano de la nada, donde
todas las aguas se cruzan, y
forman el alma del mundo para finalmente procurar leer, la espléndida página de la
creación desde el principio,
y calla…
Tengo la sensación
de haber vivido la realidad de otra dimensión. Me levanto pensando
que todo no
ha sido más que un
fantástico sueño, como si me
anunciara la presencia
de algo por venir, o sencillamente la latente presencia
de una represión profunda y
violenta. O, en un
caso u otro, esto
no ha sido más que una inapelable muestra de mi manifiesto
deseo de escapar
de un sistema de cosas que
ha desnaturalizado la vida y
la existencia del hombre.
Momentos después,
creo escuchar que alguien más, también
está despierto. No me
equivoco, mi madre también está despierta. No
puede dormir. la veo sentada en un extremo del sofá, pensativa, triste y con los ojos
llorosos, por todo lo que le ha tocado: la
pérdida de Papá, Boris, Renato, y
los seres que quisimos.
La pérdida
de Papá, le ha
afectado mucho, y urgente, busca una solución para lo que
resta…
Levanta la mirada, y se da cuenta que estoy mirándola, y me pregunta,
si yo
tampoco puedo dormir, y le
contesto que no. La razón es que he tenido un sueño bastante raro que me
gustaría saber que
significa, para estar prevenido,
y me dice que la mejor prevención es la
desconfianza. Hace un
silencio, y me cuenta que
ella también ha tenido un sueño. Ha soñado que caminaba sola
por un camino angosto, lleno de
vegetación, cargando un niño en
brazos, de pronto el camino
se reparte en brazos
caminos menores y no puede
continuar, porque no puede
decidir cuál elegir, y se echa a llorar
y le pide al señor
que no la
abandone porque su hijo aún
no ha comido, y sin saber cómo, ve que de una nube blanca, muy blanca, sale un ángel y
la estrecha en brazos y le dice:
ya no lloraras más.
Siente una alegría inmensa, porque un ángel ha
venido en su ayuda, hasta
que finalmente despierta, y
se descubre otra
vez en la misma
casa, con los mismos recuerdos, con los
mismos fantasmas, y con
las mismas penas, como si nada
hubiera de cambiar… Me pide
que vaya a hacer mis cosas;
me pide que la
deje sola, y me dice que un tiene un
asunto que resolver con
el silencio…
&&&
Para Margarita Molina, mi dulce maestra de
escuela,
allá en el pueblo, cuando el paraíso era ahí…
UN NIÑO
LLEGA A
LA ESCUELA
En la
escuela, de pronto llega a la sala un
niño que trae a diario, un álbum
de pájaros pintados, debajo del brazo, dice la maestra. Y que cuando este muchachito entra,
agrega, toda la clase se alborota como si tratara de coger
alguna. Entonces piensa, que han
de tener alma aquellas avecillas,
porque a
la hora de nombrarlas, aquél niño usa también
un idioma distinto para cada una de
ellas al momento de
alegrarlas, en orden y de
memoria, vuelve a decir.
Pero
hay un detalle, cuenta, es que a
aquél hombrecito, en clase no le interesa nada
que no tenga que ver
con sus avecillas, salvo si en cálculo no se habla de sus pájaros; en lenguaje igual, tampoco le interesa la
matemática, si ella tampoco habla de
sus pájaros, y en geografía lo mismo, tampoco lo atrae si en ella, menos, se menciona a sus pájaros… Pero ella, en su afán de
llegar a su corazón y
para tratar de entenderlo, explica, ha inventado una
infinidad de ciencias en torno
a sus
plumíferos, desde el dibujo en
blanco y negro, al arte de
echarlos a volar
en metáforas y versos, y nada. Porque ocurre algo curioso, señala. Es que aquellos pajarracos, nunca se
van del todo y siempre
regresan a la
hora de los refrigerios y los
cantos escolares, entonces, todo vuelve a ser lo mismo: Un alboroto
de alegrías, ilusiones y esperanzas,
que andan por los
ojos y la mirada de
aquél muchachito.
En su soledad,
a menudo
piensa, tanta zoología de amor la
desesperan, como si aquella
gavilla de alados pintados del
chiquillo aquél, le bebieran
del alma, la paciencia, y
del corazón la ternura, en
la imagen de todos
los chicos de la sala. Cosa que
finalmente termina, a la
hora de
cerrarse la tarde, cuando
aquél pilluelo, recoge en
silencio, sus pájaros
dormidos de cansancio, y procede a doblar bajo el brazo, los
hechizos, las magias y las fantasías
de su paraíso ambulante, y se
echa correr, como si custodiara mil secretos de
colores… Sin embargo, hubo
una vez: una mañana. Una
mañana que, como llevada por la
acusación de los
días, decidió reñir, a aquél pequeñuelo, por quebrantar la
disciplina, o mejor dicho, por mostrar en
su descomunal alegría
que nada vale tanto como vale la vida, enseñando que
cualquier día de la semana debería
tener la misma luminosa categoría del domingo, soñando que en adelante la alegría sea, la única bandera
de la
vida y el amor su única estrella y
otras cosas más. De modo que,
como en protesta por lo que
había hecho, los avechuchos pintados, del
diablillo aquél, se
salieron del papel y le hicieron hueco el corazón y
arruinaron sus pupilas. De hecho, fue una respuesta contundente, y en
sueños, hasta se vio despedida de la
escuela, despertando de pronto al
amanecer, con el alma asaltada de
preguntas, que muchas veces se
peleaban por intervenir
a partir del rojo
envejecido de sus
labios, diciéndose para sí:
¿Qué debo hacer? si
le digo, que ya
no traiga a sus
pájaros, él dirá ¿Dónde podré
dejar mi abecedario de plumas? Si le quito
el cuaderno de seguro él se
morirá de pena como un nido
abandonado y tal vez, todas las
aves que hay en su corazón,
seguro que iniciaran para
siempre una huelga de silencios y
olvidos azules al pie del
camino, diciéndose otra vez,
tanto revuelo vencen las razones de mis
palabras y su lógica; tanto revuelo, vencen mis
maneras de conducir el viento y
tanto revuelo, vencen también mis
maneras de dirigir
el nacimiento de los días… pronunciando entonces, en voz alta:
_ ¡Ay
Dios! ¿Qué debo hacer?
y al instante,
Dios le contestó:
_ Nada,
no debes hacer nada, solamente más
paciencia y más amor, eso
es todo.
Puka Pacharuna Yawar Ñaupa.
Dados do Autor
Puka Pacharuna Yawar Ñaupa, nome literário de
José Alberto Aybar Cabezas, peruano de Huanta, departamento de Ayacucho. Email: angeldisidente1@hotmail.com
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