sexta-feira, 12 de julho de 2019

El Soldado & Otros Textos * Puka Pacharuna Yawar Ñaupa - Peru


EL  SOLDADO

- o autor no III Encuentro Regional de Escritores Amazonenses -
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A estas  alturas   del  camino, en  que  el cansancio de existir  y los  esfuerzos  de  vivir, me  están  pasando  la factura  y con  un poco  más de  cuatro  décadas ya de  tiempos  idos y vividos. Todavía  me siento como lo que fui: muchos hombres y muchas vidas, soldado…músico sobre ruedas, payaso, soñador y  cantor, es  decir,  un apóstata convencido  e  irreverente,  un aprendiz  de mago...un  ángel caído…un  aprendiz de  todo   y  maestro de  nada…  finalmente  un hombre y  otras  tantas  perlas… pero sobre  todo,  un   caminante  de sales  y  madera,  un  viajero  siempre  dispuesto  a  buscar  un  lugar  donde   Dios no  haya  muerto  todavía y el sol  siga  brillando  como  cuando  era  el  dueño  del paraíso,  pero  ahora  los  años  a  fuerza  de  tantos   entusiasmos,  desengaños y traiciones, me  he vuelto…  no  sé,  si  decir  resignado  o  reposado,  lo cierto  es  que,  ahora no  ilusiono  tan  rápido  ni  fácilmente  como  antes, aunque  si,  observar con  cierta  tolerancia  todo  lo pasado,  entonces me digo,  ya  es  tarde  para  volver,  aun  si pudiera  ya  no  sería  lo  mismo,  entonces  la  única solución  es  continuar… continuar… y continuar,  con  el  presentimiento  de  que  así  como  voy,  casi  a  la  deriva  y  al  garete,  penando  por  la  gente  que  el  corazón  quiso  y  que  ya  no  están… penando  por  los  sueños sembrados y  que no  florecieron… penando por las  esperanzas que  un día  dejando  de  cantar…penando  por  tantas  cosas  que  en la  vida  una  quiere  y ama, que  por  alguna  razón  no se  nos  acercan,  y  alguna  que otra vez  repasando aquella  antigua  plegaría  que  decíamos  con  todo  lo  que sentíamos  creyendo así, que  las  cosas  iban a cambiar,  pero  nada  de  nada…  aquí todavía sigo  caminando y  caminando  sin  saber  lo que  nos  toca mañana, con  amargo  presentimiento  que  de  rato en rato me  acosa y recuerda  que  estoy  a  punto  de  caer…entonces  me  digo,  que  es  muy  temprano todavía, de pronto  alguien  se  está  equivocando  conmigo  por  yo aún  estoy  esperando  todavía   a  la mujer  que  amó sin  medidas  ni  reservas;  esperando  una  y  otra  vez, aun sabiendo  que  no  volvió…
A  mitad de una soledad,  hecha  de  cadáveres,   y  olvidos  sangrientos como sables. Desde  un  ángulo  que ya  no es  el mío y  entre  la misma   penumbra,  sobreviviente de  muchas tardes,  imagino  escuchar  las  palabras  de  alguien  que  se  parece  a  mí, y  que  comienza  a  contar,  una  antigua  historia  que  me resulta un tanto familiar,  la  que  al  cabo  de unos instantes  de  empezar  a escuchar,  digo, esta es mi  historia,  entonces  cierro  los  ojos  y   me  pongo  a  escuchar…
Un  viajero  está sentado en  medio  de  la  vegetación, mirando  una  casa  humilde  que  está enfrente  de él. La  observa  detenidamente,  y  piensa…  ya  había  estado ahí antes,  con  algunos  amigos,  y  todo  lo que había  notado  hasta  entonces fue la  semejanza  entre  el  estilo  de  la  casa, y  el   de  un  arquitecto sumerio,  que  vivió  hace  muchos  años, y  jamás  estuvo en aquél  lugar.
La  casa  está mirando  en  dirección al sur,  mirando  hacía  un antiguo pueblo,  al  que  sus habitantes aun  suelen  llamar “morada  de  almas”,  y  está totalmente construida de  trozos  de  vidrio, cristales  y  cerámica. Su dueño  tiene un  nombre bíblico,  su  nombre es José,  un  solitario  campesino  que  creía  en  la  simpleza de  la vida,  un  hombre  libre   que  creyó en la  magia  de  los  abrazos y el amor,  uno  al que  la  existencia  le  mostró,  que  vivir  es sólo un sueño, quién un  día,  fugado  ya  hace  mucho  de  los  recuerdos  de la  memoria,  soñó  con  un  ángel  que  le  decía: “Construye  una  casa  de  trozos…” José  empezó a   coleccionar  ladrillos rotos, platos,  vidrios,  cristales,  porcelanas y  jarras  partidas.  Cada  trocito  transformado  en  belleza  dice…   José, observa  la  belleza   de su trabajo, y sonríe. 
Durante  los  primeros  cuarenta años, los habitantes  del  pueblo  piensan que  está loco.  Después algunos turistas  descubrieron  la  casa, y  comenzaron  a  llevar  a  los amigos;   De  pronto José se  convirtió en  un  genio. Pero  la novedad  así  como  empezó,  también  pasó  y José  volvió al  anonimato. Aun  así  siguió  construyendo,  y  a los noventa   y  tres años, colocó el último  trozo  de  vidrió y  murió.
El viajero  enciende  un  cigarrillo,  fuma  en silencio y observa  cómo se agita el  humo  al leve soplar  del  viento, sin  pensar en  la  semejanza  entre  la  semejanza de casa de José y la arquitectura de  un  misterioso  constructor,  sino   más   bien  mira los  trozos  y  reflexiona sobre su propia existencia,  y  dice,  también  ella: la  suya  propia;  como  la  de cualquier  persona  está  hecha de pedazos  de todo  lo  que  ha  tocado vivir, pero  en  un  determinado estos  fragmentos, empiezan  a tomar forma, y  entonces,  encuentra  la  respuesta que durante tanto  tiempo ha  venido buscando,  para contestar  la  pregunta  que  durante  tantos años se   ha venido haciendo:  ¿Quién  es?
El  viajero,  recuerda  un poco  de  su  pasado,  respira  hondo,  y  ve que  en  él están  los pedazos  de  su vida,  situaciones, párrafos  de  libros que siempre recuerda, enseñanzas  de su maestro,  historias de los amigos, fábulas que  le contaron alguna  vez,  las reflexiones  sobre su época y sobre los  sueños de su generación.
Finalmente,  de  la  misma  manera que  aquél hombre  soñó  con  un  ángel y  construyó la casa que  está ante  sus  ojos,   el  viajero  intenta reordenar aquellos  episodios,  para comprender su propia  construcción espiritual  que  poco  a poco,  finalmente  lo  consigue. Cuando era niño  recuerda haber  escuchado la  historia  de sus  abuelos,  algo  de  sus  padres, y  de los abuelos  de sus abuelos. Entonces luego  de  cavilar,  se  levanta,  recoge sus cosas  y se pone a  caminar.
De  pronto aquella  voz  deja  de hablar,  y  digo, aquél  sobre  quién  habló  soy  yo,  entonces sorprendido  y  casi sin  respiración.  Veo la  foto de  papá  y  de  los otros que  también  se  fueron sin  saber  por qué, la  pena me toma por  asalto; me  suelto  en  solitario  y  el corazón  se  echa  llorar,  inconsolable, mortal y  humano.  Luego pienso  que  ya  es hora de  que  también  ellos tengan  la  oportunidad  de  contar  su propia  historia,  y no  encuentro  nada mejor que  empezar  hablando  sobre  el viejo.  Hago  un alto,  ausculto  mi  soledad  de  pies a  cabeza  y  termino convenciéndome  que  cada mañana  siempre  es una  oportunidad.  Entonces  retomo  mi vieja  máquina  y  comienzo a  escribir  sobre mi  padre,  mi  madre,  los otros,  yo,  y  sobre  aquellas historias  que  nunca  me  han  dejado  en  paz.  Escribo  sobre  tantas  cosas…  Y  descubro  que  papá es  un  héroe,  y  mamá es una  santa  y que  nada  es  como se piensa  y  que  todo  pasa.
Nazco  en  un  pueblo  pequeño, a  unos cientos  de  kilómetros  de  distancia  de  otro pueblo un  poco  mayor,  donde hay un  colegio  y  un  museo  dedicado  a  un  prócer  que vivió  allí  hace mucho.
De  tanto  caminar, maltratado  y  cansado, acompañado  de  la  vida, mi  padre  ha  llegado  a  la  cumbre  de  su  edad.  De  lejos  parece  tener  unos  cuarenta  años,  pero  de  cercase  ven  sus  setenta  años bien  puestos; quizá  un  siglo  o  muchísimos  más.  Mi  madre  tiene  veinticinco.  Acababan  de conocerse cuando  él  recién llegaba en  un barco mercante  venido   desde  un  país  lejano.
Cuando  la  conoció,  algo debió  haberle  pasado,  como él  siempre  decía, y  que  jamás  vio  mujer  más  hermosa  como  mamá, y algo  debió  haberle  pasado  cuando la conoció,  como  siempre  contaba,  porque  a  partir de  ese  momento  decidió  dejarlo  todo  por  ella, como  alguna  vez  escribió.
Ella,  bien  podría  haber  sido  su  hija,  pero  en  verdad se comportaba  como su  madre, como  bien  contó, un  día  de  aquellos  en que  se  dio  por hablar.
Ella lo  ayuda  a  dormir, reconoce, cosa  que  no  consigue  hacer  bien  desde  los  dieciocho años,  cuando  fue enviado  a  pelear  en  una de  las  batallas  más  largas  y  sangrientas  de  la  segunda  guerra  mundial; la batalla  de sonne, Cuando  se enroló  como  miembro  de  la  legión  extranjera, huyendo de  la pobreza y miseria, con  la intensión de  querer  cambiar  el  curso  de  su  vida.
De  su  batallón  de  tres  mil  hombres,  sobreviven  sólo tres. Él  es uno  de  ellos.
Al  volver  de  una  patrulla  de  reconocimiento,  mi  padre  y  su  mejor  amigo, joven como él, son  sorprendidos  por un  tiroteo  enemigo.  Se meten  en  un  agujero,  causado  por  la explosión  de una bomba,  y  allí  pasan  varios días  sin  comer,  sin  tener  como  calentarse,  acostados  sobre el barro  y sobre  la  nieve,  soportando un  frio intenso  que  rápidamente  desciende a  grados  bajo cero.  A pesar  de la  fuerza  del  viento,  dice, pueden  oírse  todavía  algo  de  lo que las tropas  conversan  a  los  alrededores  de  un  destruido  edificio  cercano.  Saben  que  tienen  que  salir  de  ahí  para  salvar el pellejo,  pero  los  tiroteos  no  cesan,  el  olor  a sangre  llena  el  aire,  Los  heridos  gritan ¡socorro!  ¡Socorro! ¡Socorro!,  sin  cesar,  noche  y día,  hasta  que  de pronto, todo queda en  silencio.  El amigo  de  mi  padre, creyendo  que  el enemigo  ya  se había  retirado, se  levanta. Mi  padre  intenta agarrarlo por  las  piernas,  grita ¡agáchate!,  pero ya  es demasiado  tarde, la bala de  un  francotirador le ha  perforado  el  cráneo.
Cinco días  después;  mi  padre,  está  sólo con  el  cadáver  de  su  amigo, y  mientras duerme no  deja  de  repetir  una  y  otra vez,  ¡Agáchate! ¡Agáchate!, finalmente  es  rescatado por  un  civil  que merodeaba  por  ahí, quién  lo  esconde en  antigua  construcción  que  todavía  está en pie, lo  atiende  y  lo cuida  como  puede  hasta  que  esté  mejor, y  se  recupera,  pero no  hay  comida - cuenta -, sólo hay  cigarrillos  y  munición; por  un  rincón  encuentran  un  mezquino trozo  de  azúcar, duro como  una piedra, producto  del inclemente  frio. Y  para  sobrevivir, deciden  comer  las  hojas  de  tabaco  mescladas  con  algo  del  azúcar  que  hallaron. Días después, con el  hambre convertido  en  irresistible, no  tienen  opción y comienzan  a comer  carne  de    compañeros  muertos  y  congelados.
Al  amanecer  del sexto  día,  llega  un  tercer  batallón abriéndose  paso a balazos.  Los sobrevivientes  son  rescatados,  los  heridos  tratados,  y  después  vuelven  al frente de  batalla.
Meses  después, el ejército  enemigo se  rinde.  Mi  padre  vuelve a pie  a su  casa,  a su  pueblo, a  su tierra,  que  queda  casi a tres mil  kilómetros de  distancia  de  ahí,  y  descubre  que  no  puede  dormir,  todas  las noches  sueña con  el compañero  al que podría  haber  salvado,  y  despierta  gritando, asustado  y  nervioso.
Dos años  más  tarde, la guerra acaba definitivamente.  Recibe  una  medalla  y  otras condecoraciones  al  valor,  pero no consigue  empleo. Participa  en conmemoraciones,  discursos  y  demás,  pero él,  tiene  casi  que  comer,  y  se  resigna  a terminar  el  día con el  estómago vacío  y  las  desdichas  al  hombro, haciéndose  la  idea  como  si  no  hubiera  pasado  nada. Es considerado  uno  de  los  héroes  sobresalientes  de  aquella  sangrienta  guerra,  pero termina  viviendo  de  pequeños  trabajos  por  los cuales  gana  algunas  monedas,  que  en algo  le permiten sobrevivir.
Tiene  problemas  para  dormir, razón por la  que siempre  viaja  de  noche,  y  conoce  a contrabandistas,  de  quienes logra ganarse  su  confianza,  con  quienes  hace  negocios razonables, y comienza  a ganarse  un  dinero  nada  despreciable, hasta  que finalmente , alguien lo delata,  y  es  descubierto por  el  gobierno, que lo acusa  de negociar con criminales, y  aun  siendo héroe  de  guerra pasa  diez  años en  prisión como  un vulgar  delincuente. Ya viejo, finalmente  lo sueltan,  y lo único  que  conoce  bien  es  el negocio  de  las joyas,  los  licores  y  las  telas. Como puede  logra  restablecer  sus  antiguos contactos,  alguien le  da algunas  piezas  de  oro  pero  a  nadie  le  interesa  comprar. Son  tiempos difíciles.  Decide  irse  lejos otra  vez,  pide  limosna  en  el  camino,  hasta  que  se  alista en un  barco  y  llega  a esta  parte  del planeta.
Está  viejo,  está solo, pero tiene  que  trabajar  para  comer. Pasa  los  días  haciendo  pequeños  trabajos,  y  trata de  pasar las  noches  durmiendo como pueda, despertándose  a  cada  momento,  sobre exaltado con  los  gritos  de ¡Agáchate!  ¡Agáchate!  ¡Agáchate!
Curiosamente, a pesar de todo lo que ha  pasado,  a  causa del  insomnio, de  la  alimentación deficiente, de  las  frustraciones, del  desgaste  físico,  de  los  cigarrillos  de  mala  calidad  que fuma cada vez  que  puede,  su  salud  es  de  hierro.
En un pequeño  pueblo   él conoce  a una  joven.  Ella  vive con  sus  padres  y  lo leva para  su  casa,  como  manda  la  tradición  de  la  hospitalidad  en  aquél  lugar. Lo ponen  a dormir  en  la  sala,  pero  todos  se  levantan con  los  gritos  de ¡Agáchate! ¡Agáchate! ¡Agáchate! La joven,  delicadamente se  acerca  a él, dice  una oración, le  pasa la  mano  por la  cabeza,  y  por  primera vez  en  años,  puede dormir  bien.
Al día  siguiente, ella le  dice que cuando era niña  tuvo  un sueño, le  cuenta  que un hombre  viejo y  ahora  él había  llegado. Ha  esperado  durante  años, ha  tenido  algunos  pretendientes, pero  siempre  algo  pasaba.  Sus  padres  están  muy  preocupados,  no  quieren  ver a su  hija  soltera  y  rechazada  por  la  comunidad.
Al  amanecer, la  joven le  pregunta  si  desea casarse con  ella. Él  se  sorprende; ella  tiene  edad como  para  ser  su  nieta. No responde  y piensa  que  no  estaría  mal  para  volver  a empezar.
Al  atardecer,  cuando  el  sol  se  ha  puesto, en la pequeña sala de la  casa, ella  lo  toma  por  el  rostro  y le  pide  permiso  para  pasarle la mano por  la  cabeza antes  de  dormir, le  da un  beso, se  despide,  y  él consigue  nuevamente  pasar  otra  más  en  paz.
A  la  mañana  siguiente,  surge  de  nuevo  la  conversación  sobre  el matrimonio, esta  vez  delante  de  sus palabras  que parecen  estar  de  acuerdo  siempre  y  cuando su  hija  consiga una  unión  honorable  y  de  esta  manera  no se  convierte en  motivo  de  vergüenza  y  de burla para  la  familia. Difunden  la  historia  de  un viejo  que  vino  de  lejos,  pero  que  en  verdad  es  un riquísimo  comerciante de  objetos  valiosos, cansado de vivir en  el  lujo  y  la  comodidad, para  ir en  busca  de  una aventura. La  gente   impresionada  por  lo  que  dicen, piensan en grandes dotes, inmensas cuentas  bancarias,  en  la suerte  que  ha  tenido mi madre  en  encontrar  a  alguien  así  de  interesante,  que  finalmente  podrá sacarla  de  aquél aburrido  y  monótono  fin  del mundo. Mi padre  escucha aquellas historias con  una mescla  de fascinación  y sorpresa, entiende  que durante tantos  años vivió  solo, viajó, sufrió; jamás volvió  a  encontrar  a  su  familia, y  por  primera vez  en la vida  tiene la  oportunidad de  tener un hogar. Acepta la  proposición,  participa de  la mentira sobre  su  pasado, se  casan según las costumbres  de aquellas gentes,  y  dos meses  después mi madre  está  embarazada  de mí.
Convivo con  mi padre, hasta  los siete años, y  ya  para entonces,  él dormía  bien, trabajaba en  el  campo,  cazaba, hablaba  con  los otros  habitantes de  la  aldea, sobre  sus  posesiones  y  sus  haciendas, veía a mi  madre  como lo único bueno  que le había sucedido. Yo pienso que soy  hijo de  un  hombre  rico,  pero una noche delante de  la chimenea él me cuenta  su  pasado,  la razón de  su  matrimonio, y me pide que le guarde  el secreto. Dice que  va  a  morir pronto, lo  que cuatro meses después  de    décimo quinto  cumpleaños, inevitablemente   sucede.
Mi  padre  tiene una enfermedad terminal  grave,  mi  madre  pasa  noches enteras  cuidándolo  y  alimentándolo,  él le dice  que  nunca nos  dejará,  le  dice que  nos ama,  tiene una  mirada  hermosa, pronuncia su  nombre, el  suyo, el mio,  mi  madre lo  tiene en sus brazos, sonríe cierra  los ojos y da su  último  suspiro  como  si todas las  tragedias de su  vida jamás hubiesen  ocurrido. Muere  feliz.
Llevo  algo  de  seis horas  pegado a máquina,  recordando,  recordando y recordando  sobre las  cosas que  han  pasado, y  moldeando  e  ideando  como  las voy  a  decir, al  final  termino escribiendo  sobre  Papá,   y  sobre Mamá,  con  lo  que  me  viene  a  la  cabeza,  y  compruebo que más  que con la  cabeza  se  escribe mejor  con  el  corazón.
Mi  madre, me dice,  que  ya  se  va a descansar.  Ella  no sabe  leer, sin  embargo  sabe mucho  sobre  la  vida,  las  personas  y  el amor  y me enseñó cosas  maravillosas…  Ahora  estamos  en la  ciudad,  y siempre  me dice que  extraña el pueblo. Pienso  que  tal  vez sería mejor. Si  estuviésemos  ahí.  La  verdad,  no tiene  caso  convivir con  tantas  personas,  en un  lugar  donde nadie ni siquiera te conoce  y ni te  saluda, es  más  aquí  en  la  ciudad, la  gente…,  por  dinero,  si  pudiera sacarte los ojos,  de  seguro lo hace, sin  la  menor  compasión. En  cambio, allá  por lo menos,  todos,  o por lo  menos una  gran  mayoría  de  gente nos  conocíamos,  ahí éramos  alguien,  la  gente nos  trataba  de  señor, o en todo  caso, como  a  uno  más  de  ellos,  y  nos  saludaba, con  cariño  y  con emoción,  como  quién se  encuentra  con  un  hermano, o con  alguien  a  quien  quieren, luego  de  tanto  tiempo,  y  se le pregunta cómo está,  cómo  se  siente,  o  qué ha sido  de  su vida,  entonces  uno se  siente  importante, y  el  corazón se  alegra,  pero  aquí en la  ciudad…, nada  de nada.
Mamá apaga  las  luces, y desde su  habitación me grita !Duerme  ya…! ¡Mañana  hay  mucho por  hacer!, Claro,  le  digo, todos  los días siempre  hay mucho  por  hacer,  el  caso es que últimamente  se  me  ha hecho  difícil conciliar  el  sueño,  pero  ella no entiende razones,  no  escucha  o no quiere  hacerlo, todo  se  convierte  en  la  consecuencia  de  una  orden  terminante  y  vertical, hasta  que finalmente  haciendo  un esfuerzo termino por  dormirme en la hamaca  en  la  que  Papá solía descansar  la  siesta.
Al  amanecer, el  furtivo  canto  de un galo, cumpliendo  con  sus obligaciones  matinales  me levanta  de  pronto. Me  duele  la cabeza.  Tengo la impresión de  no  haber  dormido en días,  como  si hubiera  pasado  varias  noches bebiendo con  alguien; de  largo y sin descansar. Presiono el interruptor,  se ilumina  la sala. Veo el  reloj.  Son  las  tres treinta  de  la  mañana,  y  me digo, ¿Qué hago despierto  tan  temprano?,  quiero  volverme  a  dormir y ya  no  puedo.  Sigo  pensando  que  no  he  dormido  en ningún  momento  y que  tampoco he estado  solo. Hago  memoria. Cojo  mi  máquina intentando escribir algunas  páginas más. El  caso es  que no sé  cómo continuar. Hago un alto, cojo  un  libro al azar  y me pongo  a  leer.
Avanzo, unas treinta  páginas. Me duelen  terriblemente  los ojos. Apago las luces. Intento  descansar, reclino en  el sillón  del  abuelo,  me dejo llevar, me  quedo  dormido  como nunca y sueño.  Me  sueño cansado  de  todo,  metido  en una sociedad  que  no  he escogido, en  una  sociedad  donde  todos,  o  casi todos  están preparados,  o  nacen acondicionados para un trabajo  específico; técnicos, ingenieros o mecánicos, etc.  y  habían  algunos  quienes  no sabían lo  que  eran  ni  lo  que tenían,  quienes en medio  de  sus griteríos y  divagaciones,  me descubrían  de  pie, observando  con  detalle  lo  que  pasaba. Ellos me invitaban  a unirme al grupo,  pero, de pronto  venía alguien, y  mucha gente vestida con  uniforme  militar,  y  a través  de  un  megáfono,  un  superior daba  órdenes, y  nos  metían  en  grandes contenedores  y  nos  enviaban  a un  sanatorio  mental,  con  la   consigna de  que  por  ningún  motivo nos  dejasen salir: Los locos son inservibles  para la  sociedad. Era una orden terminante.  Pero algo  ocurre,  y  logro  escapar.  Mientras huyo,  a lo  lejos  veo que  también otro  de  los locos se logra rebelar.  Me queda mirando y  veo que  tiene el  mismo rostro  que yo,  luego levanta el brazo  y  lanza un  grito lleno  de  rabia. El  sanatorio  tiene una biblioteca, él  intenta  aprender  todo lo  que  pueda  sobre arte, ciencia, y política  y, sobre  todo,  a cómo    relacionarse  con la gente, y  cuando  cree que  ya  aprendido  lo  suficiente, aprovecha una  oportunidad y  huye, hasta  que algo sale mal  y  es  capturado  nuevamente,  siendo  llevado  a un centro  de  reprogramación  fuera  de  la ciudad, donde finalmente yo también termino,  a  raíz  de  una  traición  que  alguien  me   ha  hecho. En él  que  instantes  después,  a uno de  los encargados  del  centro,  escucho decirme: Sé bienvenido.  Son aquellos  que  se  ven forzados  a  descubrir su propio  destino, los que más admiramos. Hemos  revisado  tu  historial, y no sé cómo  todavía  sigues  con vida. En algún momento  diste  lo  que no tenías, eso te  salva. Puedes  hacer lo que quieras a  partir de  ahora,  pues gracias  a  personas  como  tú, el mundo  consigue avanzar, hasta  que de repente,  todo  cambia y de algún  lugar aparece una  mujer  muy hermosa  ataviada como  virgen. Me mira  fijamente a los  ojos, se me acerca,  me da un abrazo, una rosa  y  un  libro, luego  levanta un brazo y me señala un  lejano  punto en  el  horizonte y me invita  a  cruzar  un extraño  umbral,  baja la  mirada, se convierte  en pelícano, se abre  el pecho y me ofrece de  comer, pero estoy cansado, sediento  y  con hambre, necesito  descansar, cruzo el umbral  y veo una luz brillante  que envuelve. La  luz me ciega los  ojos, y me quedo  dormido. Alguien  toma la  rosa  y el  libro, y me comienza  a leer al  oído: Quiero  dejar  mi alma libre  para  que  pueda disfrutar  de  todos los dones  que  los espíritus  poseen. Cuando  esto suceda, no intentaré conocer  los  cráteres  de la luna, ni perseguir  los rayos  del  sol  hacia su fuente. No  procurare entender  la  belleza  de la estrella, ni  de  la  desolación artificial  del  ser humano. Cuando  sepa cómo liberar mi  alma, seguiré a  la  aurora,  y  trataré de volver  con  ella a través  del   tiempo. Cuando  sepa  cómo  liberar  mi alma,  me sumergiré en las  corrientes  del  viento y  desembocar, en  el  océano de la nada,  donde  todas  las aguas se  cruzan, y  forman el alma  del  mundo para finalmente  procurar leer, la  espléndida página  de  la creación desde  el  principio,  y  calla…
Tengo  la sensación  de haber  vivido  la realidad de otra dimensión. Me levanto  pensando  que  todo  no  ha  sido más  que  un fantástico  sueño, como  si  me anunciara  la  presencia  de algo por  venir, o  sencillamente la latente  presencia  de una represión  profunda  y  violenta. O,  en  un  caso  u  otro, esto  no ha sido  más que una  inapelable muestra de  mi manifiesto  deseo  de  escapar  de  un sistema de cosas que ha  desnaturalizado la  vida  y la existencia  del  hombre.
Momentos  después,  creo escuchar que  alguien  más, también  está despierto.  No  me  equivoco,  mi  madre también está  despierta. No  puede dormir. la  veo sentada  en un extremo del sofá,  pensativa, triste y con  los ojos  llorosos,  por  todo lo que le  ha tocado: la  pérdida  de  Papá, Boris, Renato,  y  los  seres que  quisimos.
La  pérdida  de  Papá,  le  ha afectado  mucho,  y urgente, busca una solución para lo que resta…
Levanta  la mirada, y se  da cuenta que estoy mirándola, y me pregunta, si  yo  tampoco  puedo dormir, y le contesto  que no. La razón es  que he tenido un  sueño bastante raro que  me  gustaría  saber  que  significa,  para estar prevenido, y me dice que  la  mejor prevención es  la  desconfianza.  Hace  un  silencio,  y  me cuenta que  ella también ha  tenido  un sueño. Ha soñado que  caminaba sola  por un camino  angosto, lleno  de  vegetación, cargando  un niño en brazos, de  pronto el  camino  se  reparte  en brazos  caminos  menores  y no puede  continuar,  porque no  puede  decidir  cuál elegir,  y  se  echa a llorar  y le  pide  al señor  que  no  la  abandone porque su  hijo  aún  no  ha comido,  y sin saber cómo,  ve  que  de una nube blanca, muy blanca, sale un  ángel y  la estrecha en  brazos y  le dice:  ya  no  lloraras más.  Siente  una  alegría inmensa, porque un ángel ha venido  en su  ayuda, hasta  que  finalmente  despierta, y  se  descubre  otra  vez  en la  misma  casa, con  los  mismos recuerdos, con  los  mismos  fantasmas,  y  con las  mismas penas,  como si nada  hubiera  de cambiar… Me  pide  que vaya  a hacer  mis cosas;  me pide  que  la  deje sola, y  me  dice que un tiene  un  asunto   que resolver  con  el  silencio…

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Para  Margarita Molina, mi dulce  maestra de  escuela,
allá  en el pueblo, cuando el paraíso era ahí…

UN  NIÑO LLEGA  A  LA  ESCUELA

En la  escuela, de pronto  llega  a la sala un  niño que trae a  diario, un  álbum  de  pájaros  pintados, debajo del brazo, dice la  maestra. Y que cuando este muchachito entra, agrega, toda  la clase se alborota  como si tratara de  coger  alguna. Entonces  piensa, que han de tener alma  aquellas avecillas, porque  a  la hora  de  nombrarlas, aquél niño usa  también  un idioma distinto  para cada  una de  ellas  al  momento de  alegrarlas, en  orden y de memoria, vuelve a  decir.
Pero  hay  un  detalle, cuenta, es  que a  aquél  hombrecito, en clase  no le interesa  nada  que  no tenga que  ver  con  sus  avecillas, salvo si  en cálculo no se habla  de sus pájaros;  en lenguaje igual, tampoco le  interesa la  matemática, si ella tampoco habla de  sus pájaros, y en geografía lo mismo, tampoco lo  atrae si en ella, menos, se menciona a sus  pájaros… Pero ella, en  su afán de  llegar  a  su corazón y  para  tratar de  entenderlo, explica, ha  inventado una  infinidad de  ciencias en torno a  sus  plumíferos, desde  el dibujo en blanco y negro, al  arte  de  echarlos  a  volar  en metáforas y  versos, y  nada. Porque ocurre algo  curioso, señala. Es que aquellos  pajarracos, nunca  se  van  del todo  y siempre  regresan  a  la  hora  de los refrigerios y los cantos escolares, entonces, todo vuelve a ser lo mismo: Un  alboroto  de  alegrías, ilusiones y  esperanzas,  que  andan  por los  ojos  y la  mirada de  aquél  muchachito.
En  su soledad, a  menudo  piensa, tanta  zoología de   amor la  desesperan, como  si aquella gavilla de  alados pintados del chiquillo  aquél, le  bebieran  del  alma, la  paciencia, y  del corazón la ternura, en  la  imagen de  todos  los  chicos  de la sala. Cosa  que  finalmente termina,  a la hora  de  cerrarse  la  tarde, cuando  aquél pilluelo, recoge  en silencio,  sus  pájaros  dormidos  de  cansancio, y procede a doblar  bajo el brazo,  los  hechizos, las magias  y las  fantasías  de  su paraíso ambulante, y  se  echa  correr, como  si custodiara mil secretos  de  colores… Sin  embargo, hubo una  vez: una  mañana. Una  mañana que, como llevada  por  la  acusación  de  los  días, decidió  reñir, a  aquél pequeñuelo, por  quebrantar la  disciplina, o mejor dicho, por mostrar  en  su  descomunal  alegría  que nada vale tanto como vale  la vida, enseñando  que  cualquier día de la semana debería  tener la misma luminosa categoría del domingo,  soñando que en  adelante la alegría sea, la única bandera de  la  vida y el amor su única estrella y  otras cosas más. De modo  que, como  en protesta por  lo  que había  hecho, los avechuchos  pintados, del  diablillo  aquél,  se  salieron del papel y le hicieron hueco el  corazón y  arruinaron  sus  pupilas. De hecho, fue  una respuesta contundente, y  en  sueños, hasta  se vio despedida  de  la escuela, despertando de pronto al  amanecer, con  el alma  asaltada de  preguntas, que  muchas  veces se  peleaban  por  intervenir  a partir  del  rojo  envejecido  de  sus  labios, diciéndose para  sí: ¿Qué  debo  hacer? si  le  digo, que  ya  no  traiga  a sus  pájaros, él  dirá ¿Dónde  podré  dejar  mi  abecedario de plumas? Si le  quito  el  cuaderno de  seguro él se  morirá de pena  como un  nido  abandonado y  tal vez, todas  las  aves  que hay en  su  corazón, seguro  que iniciaran  para  siempre una  huelga de  silencios y  olvidos  azules al pie  del  camino, diciéndose  otra vez, tanto revuelo vencen las razones  de  mis  palabras  y  su lógica; tanto  revuelo, vencen  mis  maneras  de conducir  el viento y  tanto revuelo, vencen  también  mis  maneras  de  dirigir  el nacimiento  de los  días… pronunciando entonces, en voz alta:
_ ¡Ay Dios! ¿Qué  debo hacer?
y  al instante,  Dios le  contestó:
_ Nada, no  debes hacer  nada, solamente  más  paciencia  y  más amor, eso  es todo.

Puka Pacharuna Yawar Ñaupa

Dados do Autor
Puka Pacharuna Yawar Ñaupa, nome literário de
José Alberto Aybar Cabezas, peruano de Huanta, departamento de Ayacucho. Email: angeldisidente1@hotmail.com

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